DIARIO EN DIRECTO
A través de tres ventanucos estrechos con hierros oxidados los presos gritan a sus familiares que aguardan fuera.
"¡Pronto estaremos juntos!", se oye desde fuera de la comisaría de Valencia, donde el miércoles murieron 68 personas en un incendio.
Los sobrevivientes esperaban este jueves el traslado a una cárcel y, mientras, hacían sus denuncias a gritos.
A Lisandro Herrera su abuela Ana lo vio por unos segundos, pero apenas lo reconoció. Sus cejas, habitualmente pobladas, habían desaparecido.
"Pero está vivo, eso es lo importante", dice Ana Herrera sentada en la acera, ya aliviada de ver que Lisandro no es uno de los muertos en un motín y posterior incendio en una comisaría de la ciudad de Valencia, en el norte de Venezuela.
Las circunstancias seguían sin estar claras y, sin una versión oficial de lo sucedido, a los familiares de los reclusos no les quedaba más que agolparse en los alrededores del retén policial.
El Jueves Santo muchas familias lo pasaron entre la comisaría, el hospital, la morgue y tres cárceles de la zona donde fueron trasladados los sobrevivientes.
Herrera estaba obviamente aliviada. Cuando el miércoles recibió la noticia del incendio, sin embargo, perdió el conocimiento, afirma.
"No sabemos nada de mi hijo"
Ya en la mañana del jueves pudo traer arroz y dos arepas fritas de las que, dice, tanto le gustan a Lisandro. Fueron sólo unos segundos.
Según un agente de policía, en la comisaría había 200 detenidos, muchos más de los que la instalación debería acoger.
Por eso, Herrera estaba encargada de llevarle comida a su nieto todos los días y no sólo por culpa del incendio.
Si no, no comería o tendría que conformarse con lo que compartieran con él sus numerosos compañeros de celda.
Frente a la tranquilidad de Herrera, la desazón de otra señora anciana, María Victoria Castillo.
Su hijo llevaba allí un año y 2 meses, mucho más tiempo del que debería estar a la espera de un juicio y una eventual condena.
"No sabemos nada de mi hijo", dice con los ojos vidriosos que lubrican un momento de pura aspereza: el de la incógnita de saber si tu familiar está vivo o muerto.
"No nos dan información", lamenta. "A las 10 leen la lista", gritan. Frente a la cinta enclenque que separa la comisaría y a los policías de la tensa espera hay dolor y muchos rumores.
Y acusaciones de corrupción, de que lo sucedido fue culpa de la policía, de que en realidad hay más de 100 muertos, de que algunos murieron por disparos…
La indignación y la expectativa hacen emerger años de descontento con las fuerzas de seguridad y son combustible para los señalamientos.
Decenas de cadáveres
"Defender, proteger y servir a nuestro pueblo", es el lema, ya decolorado, de la puerta principal de la comisaría de la policía del estado de Carabobo. Muchos este jueves ven más razones para que esté desteñido.
"No voy a repetir más", grita una agente de policía con más kilos que empatía ante la tragedia.
"Oye, gordita", le dice una señora que le trae alimentos a su hijo. "No voy a volver a por más comida", asevera sin paciencia mientras pide también fotos recientes para identificar a los que quedan dentro.
Los familiares de los vivos están preocupados de que estén compartiendo espacio aún con una decena de cadáveres que quedan por ser entregados.
El plan inicial de las autoridades era repartir a los sobrevivientes en tres centros penitenciarios. Finalmente, suspiran los familiares. Aunque las cárceles en Venezuela suelen ser lugares que están muy lejos de aproximarse al calificativo de adecuados.
Será mejor que la comisaría, esperan.
"El que tenga un difunto que no le hayan entregado…", solicita un hombre que sale de la comisaría. El mensaje, así gritado, puede ser práctico, pero resulta impúdico frente al dolor.
Sobre la acera, Judith Bello habla por teléfono. Y llora. Tiene los ojos rojos. Su esposo, de 27 años, está muerto. Se lo han confirmado ya. Pero el cadáver está tan carbonizado que ni siquiera le han dicho que se acerque a identificarlo.
Bello afirma que le tienen que hacer una prueba forense cuyo nombre ni recuerda. Se señala la mandíbula. Los dientes confirmarán.
"Nos están rociando gasolina", dice que le gritó su esposo cuando la llamó por teléfono. Porque en la comisaría los reclusos estaban hacinados, pero tenían celulares.
Celulares y armas
¿Qué pasó en el retén del que este jueves salían equipos de música, computadoras y archivadores?
Luisa Martínez aguardaba en el hospital. Su hijo resultó con quemaduras de segundo grado. "En el cuello, el abdomen y los dos brazos los tiene superquemados", asegura.
¿Qué le pudo contar su hijo?
Relata un tiroteo entre policía y reclusos. Porque en Venezuela, además de celulares, es normal que los detenidos tengan armas.
Luego, un incendio. Fuego en colchones y sábanas. "Yo estaba entre medio de las llamas", reproduce las palabras de su hijo, que se arrodilló esperando lo peor.
"Pero ahí escuchó: 'Salgan, salgan, salgan, salida, salida, salida'. Y salió. Ahí es que recibe la quemadura en la cara porque había una cortina prendida", afirma Martínez, que había visitado a su hijo el domingo.
"Motín" y "presunto incendio", esas eran las únicas tres palabras de las autoridades sobre un incidente que dejó 68 muertes.
Y otras muchas más víctimas que buscan una explicación, justicia o claridad. O simplemente un cuerpo.
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