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La búsqueda del submarino argentino ARA San Juan, desaparecido desde el 15 de noviembre, está siendo seguida con especial atención en Rusia, donde ha revivido los recuerdos de la tragedia de uno de sus propios sumergibles: el Kursk.
Y este martes el presidente ruso, Vladimir Putin, se comunicó personalmente con su homólogo argentino, Mauricio Macri, para ofrecer la asistencia de Moscú.
Aunque, en cierta forma, Argentina se ha estado beneficiando de las lecciones aprendidas luego del hundimiento del Kursk desde el inicio mismo de las operaciones de búsqueda y rescate.
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La razón: los eventos de agosto de 2000 terminaron forzando una mejor coordinación internacional en este tipo de situaciones, lo que tres años más tarde se tradujo en la creación de una Oficina Internacional de Escape y rescate de Submarinos (Ismerlo, por sus siglas en inglés).
Esto permitió que aeronaves estadounidenses se sumaran a las operaciones el mismo 17 de noviembre, cuando la Armada Argentina hizo pública la desaparición del ARA San Juan. Rápidamente otros barcos estadounidenses, así como aviones y navíos de otros países, se sumaron a la búsqueda.
En contraste, el gobierno ruso esperó cinco días para aceptar ayuda internacional.
Y esta no es la única importante diferencia entre ambos casos, aunque también hay algunas semejanzas, empezando por la angustia de los familiares de los tripulantes de ambas embarcaciones.
En ambas situaciones, dos países enteros -y buena parte del mundo- también siguen las operaciones con suma atención, rehusándose a perder la esperanza mientras miran como avanza, implacable, el reloj.
Explosiones y "anomalía hidroacústica"
Las diferencias, sin embargo empiezan con los submarinos mismos, así como las misiones a las que estaban dedicadas cuando empezaron los problemas.
El Kursk era un submarino nuclear de combate, de 154 metros de eslora y 118 tripulantes, que participaba en un ejercicio militar cuando ocurrió lo peor.
Y la potencial gravedad de sus problemas quedó de manifiesto casi inmediatamente: dos explosiones consecutivas alertaron a la marina rusa de que algo estaba pasando; la segunda de ella tan poderosa que fue registrada por sismógrafos en Alaska.
En contraste, el ARA San Juan mide nada más 66 metros de largo y aunque está equipado con torpedos sus 44 tripulantes se dedicaban casi exclusivamente a labores de patrullaje frente a las costas argentinas.
El sumergible navegaba además de regreso a su base en Mar del Plata cuando notificó un "principio de avería", el pasado 15 de noviembre. Esa fue su última comunicación.
Pero fue sólo el martes, casi una semana después, que la Armada Argentina dijo estar investigando reportes de una "anomalía hidroacústica" -es decir, un fuerte ruido- registrada pocas horas después de la desaparición de la embarcación.
"Se registró un evento anómalo, violento y no nuclear consistente con una explosión", informó este miércoles el capitán Enrique Balbi, vocero de la armada.
Siguiendo sus protocolos, la fuerza naval argentina también parece haber esperado casi 48 horas desde la última comunicación antes de iniciar las labores de búsqueda, lo que ya le está valiendo algunas críticas.
La marina rusa, por su parte, sólo esperó poco más de seis horas, pero en circunstancias muy diferentes. Y una investigación oficial concluida más de dos años después de la tragedia encontró que la operación había sufrido "retrasos injustificables".
La ubicación del Kursk, en cualquier caso, se estableció 16 horas más tarde.
Mientras, a una semana del último contacto, la del ARA San Juan sigue siendo desconocida, lo que significa que todavía habrá que esperar para iniciar posibles operaciones de rescate y determinar lo que pasó.
Un torpedo defectuoso
En el caso del Kursk, primero fue la armada rusa la que intentó infructuosamente acceder al submarino y fue ese fracaso lo que hizo que el gobierno finalmente aceptara ayuda extranjera, cinco días después de la tragedia.
Y al séptimo día un equipo de buzos noruegos logró abrir la escotilla de emergencia, todavía con la esperanza de encontrar sobrevivientes.
La embarcación, sin embargo, estaba completamente inundada, lo que confirmó lo peor.
Posteriormente se pudo establecer que miembros de la tripulación se aprestaban a cargar un torpedo de prácticas cuando una falla en el mismo lo hizo explotar.
Esta explosión destruyó el cuarto de armas, hundió al submarino y provocó un incendio, el que a su vez hizo detonar otros siete torpedos que destruyeron buena parte de la nave.
Muchos tripulantes murieron casi inmediatamente por causa del fuego o producto de las explosiones, pero en el cadáver del teniente Dimitry Kolesnikov, se halló una nota que da cuenta que al menos 23 sobrevivieron por algunas horas más.
"Toda la tripulación del compartimento seis, siete y ocho se ha desplazado al nueve. Aquí hay 23 personas. Tomamos esta decisión debido al accidente", escribió Kolesnikov, antes de fallecer por la falta de oxígeno.
"Ninguno de nosotros puede salir a la superficie. Estoy escribiendo a ciegas", termina la trágica misiva, que en su momento causó en Rusia tanta rabia como consternación.
Esa rabia se multiplicó cuando la investigación de las autoridades rusas concluyó que a la tragedia habían contribuido equipos deficientes, obsoletos y mal mantenidos, además de negligencia e incompetencia.
Y aunque es demasiado pronto para saltar a conclusiones en el caso argentino, en el país muchos ya se están preguntando si algo así no terminará explicando la suerte de un submarino adquirido en 1982.
En Argentina, sin embargo, todavía no se pierde completamente la esperanza, aunque estas disminuyen con cada hora que pasa y las nuevas noticias. La esperanza de que la historia del ARA San Juan y sus tripulantes tenga un final diferente al de la tragedia del Kursk.
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