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lunes, 28 de noviembre de 2016

Mensaje del General Percival Peña al país ; de un padre hacia un hijo

Decidí escribir estas líneas revistiéndome de una tranquilidad que me había sido imposible alcanzar en estos días de indescriptibles sufrimientos, los peores de mi vida. Unas líneas que he procurado despojar de precipitaciones, desbordamiento de pasiones y expresiones espontáneas sobrecargadas de emoción.
He procurado ahora hablar con la mayor serenidad posible en medio de este calvario, pero a la vez con la misma firmeza de principio que ha caracterizado toda mi carrera militar y mi vida pública y personal, obrando quizás decepcionado por la conducta desviada y díscola de un hijo.
No hay dobleces en mi condición de ser humano adversario del crimen, el robo, el delito, la deshonestidad, el abuso, las injusticias y las afrentas a la Patria y a la humanidad. Y que todo el peso de la ley recaiga a tan abominable delito.
No hay manchas en mi trayectoria, salvo si se clasifica como tal despreciar un poder altamente corrompido e injusto y una “legalidad” viciada por sus propias contradicciones e insuficiencias, por su parcialidad a favor de minorías opulentas y abusadoras y por las violaciones y el uso antojadizo que a conveniencia les dispensan al orden jurídico-institucional los encargados de hacer cumplir sus normativas.
No soy yo, sin embargo, el encargado de probar y juzgar los horrorosos hechos que se le imputan a mi hijo John Percival, a quien al resistirse a presentarse a una policía que no es policía y a una justicia que no es justicia, lo percibo penosamente atrapado en la “patas de los caballos” de un poder criminal uniformado, responsable de innumerable fechorías.
No lo juzgo, además, porque conozco la perversidad de altos mandos de la Policía Nacional y porque la maraña presentada todavía no ha sido develada; aunque declaró enfáticamente, nueva vez, que jamás, aunque me desgarre el dolor decirlo de cara a este caso tan sentido, que jamás apañaré delito alguno, menos aún de tanta gravedad, atribuible a familiar alguno o amigo alguno, aun sea de un hijo que quiero tanto.
En caso de llegar a la plena convicción de la culpabilidad de mi hijo pueden estar seguros, que sin dejar de profesarle mi amor de padre, respaldaré un castigo legal ejemplar en su contra.
John Emilio Percival Matos
Por mis conocimientos respecto a las mafias militares y policiales, por mi experiencia vivida y sufrida, sé de los riesgos de muerte que entraña la presente actitud del poder policial en el caso de John. Cada día, cada hora, cada minuto temo un desenlace fatal, una “Ejecución Extrajudicial” y eso me conturba y me desespera, y por momentos me ha llevado a cometer excesos verbales, a anunciar represalias si acaso tan doloroso y perverso desenlace llega a producirse impunemente como parte de la crónica de una muerte anunciada.
Por eso y porque contra mí se han desatado desde hace años los diablos de un poder en descomposición, quiero dejar bien clara mi actitud: si tan indeseable asesinato aconteciera, me limitaré hasta que me quede un aliento de vida a luchar porque los autores intelectuales de ese crimen prácticamente anunciado, de cuya responsabilidad fundamental no excluyo al actual jefe de la policía y a la claque que lo rodea, sean condenados a larga prisión y paguen sus culpas.
Procuraré ser leal a estas palabras en las que la reflexión, la razón, mis convicciones y sentimientos se entrelazan para contrarrestar las turbulencias que el martirio a que estoy sometido tiende a provocar en algunos instantes de desesperación.
Mis energías internas estarán dedicadas en lo adelante a controlarlas, clamando a la vez que la vida de mi hijo sea preservada y que si cometió el o los crímenes de que se le acusa, no se selle el caso con otro crimen.
En esa dirección, aun careciendo desde hace muchos meses de contacto con él, he insistido públicamente en que se entregue a una instancia judicial y social que le ofrezca garantías plenas, por lo menos de preservación de su vida que es parte de mi alma. Ahora lo reitero y lo anhelo. ¡Que así sea!!! FUENTELABAZUCA.
*Nada hay tan oculto que no haya de ser descubierto o tan escondido que no haya de ser conocido*. LUCAS 12>2
Por Gral. ® Rafael Percival

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